sábado, 2 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma/A Sobre la segunda lectura


IV Domingo de Cuaresma/A
Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz
Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Cristo es la luz; Cristo es el camino, la verdad y la vida. Siguiendo a Cristo, teniendo fija en Cristo la mirada de nuestro corazón, encontramos el buen camino.
La persona, la vida y la Palabra de de Cristo es una lámpara para nuestro camino, por eso, no podemos seguir otro camino, solo a aquel que nos ha dicho, “yo soy tu luz, yo soy tu camino: en efecto, Toda la pedagogía de la liturgia cuaresmal concreta este mandato fundamental: seguir a Cristo, es decir, ante todo, ponernos a la escucha de su palabra. La participación en la liturgia dominical, semana tras semana, es necesaria para todo cristiano, precisamente para entrar en una verdadera familiaridad con la palabra divina: el hombre no sólo vive de pan, o de dinero, o de la carrera, o del trabajo; vive de la palabra de Dios, que nos corrige, nos renueva y nos muestra los verdaderos valores fundamentales del mundo y de la sociedad. La palabra de Dios es el auténtico maná, el pan del cielo, que nos enseña a vivir en la luz, a ser plenamente hombres o mujeres.
Seguir a Cristo implica cumplir sus mandamientos, resumidos en el doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. Seguir a Cristo significa tener compasión de los que sufren, amar a los pobres; también significa tener la valentía de defender la fe contra las ideologías; confiar en la Iglesia y en su interpretación y aplicación de la palabra divina a nuestras circunstancias actuales. Seguir a Cristo implica amar a su Iglesia, su cuerpo místico. Caminando así, encendemos lucecitas en el mundo, rasgamos las tinieblas de la historia.
La resurrección de Cristo no es simplemente el recuerdo de un hecho pasado. En la noche pascual, en el sacramento del bautismo, se realiza realmente la resurrección, la victoria sobre la muerte. Por eso, Jesús dice: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y (...) ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5, 24). Y, en el mismo sentido, dice a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Jesús es la resurrección y la vida eterna. En la medida en que estamos unidos a Cristo, ya hoy hemos “pasado de la muerte a la vida”, ya ahora vivimos la vida eterna, que no es sólo una realidad que viene después de la muerte, sino que comienza hoy en nuestra comunión con Cristo. Pasar de la muerte a la vida es, con el sacramento del bautismo, el núcleo real de la liturgia de la Pascua, a la que nos preparamos durante la cuaresma. Pasar de la muerte a la vida es el camino cuya puerta ha abierto Cristo y al que nos invita la celebración de las fiestas pascuales.
Lo que Jesús dijo a Adán en el Paraíso, en palabras de un antiguo canta bautismal, que describe el misterio del Sábado santo, con un coloquio de Cristo con Adán, nos lo dice a nosotros, tomando como base lo que san Pablo nos ha dicho en la Segunda lectura de su carta a los efesios, “levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”:
1) “Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: ‘Salgan’, y a los que estaban en tinieblas: ‘Sean iluminados’, y a los que estaban adormilados: A ti te mando: ‘despierta tú que duermes’, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo, (del pecado y de la muerte); “levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
2) Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al Abismo; por ti me he hecho hombre, ‘semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos’; por ti que fuiste expulsado del huerto he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar de acuerdo con mi imagen tu imagen deformada.
3) Contempla los azotes en mis espaldas que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados que habían sido cargados sobre tu espalda. Contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero; por ti los he aceptado, que maliciosamente extendiste una mano al árbol.
4) Dormí en la cruz y la lanza atravesó mi costado por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del costado. Mi sueño te saca del sueño del Abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
“Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz", "Despierta, tú que duermes... y Cristo será tu luz", nos dice hoy la Iglesia a todos. Despertémonos de nuestro cristianismo cansado, sin entusiasmo; levantémonos y sigamos a Cristo, la verdadera luz, la verdadera vida. Amén.