viernes, 29 de abril de 2011

Predicación en el Novenario a Nuestra Señora de la Soledad


Imagen de Nuestra Señora de la Soledad Patrona de la Diócesis de Irapuato
PINCELADAS DEL MAGISTERIO MARIANO DE JUAN PABLO II
En el Novenario a Nuestra Señora de la Soledad
LUNES 25 DE ABRIL
María, sostén y modelo de nuestra vida
Están ante nuestra mirada, y arden en nuestro corazón, dos acontecimientos que están muy en nuestra memoria: La fiesta y devoción de nuestra Señora de la soledad, y la beatificación del Papa tan querido para nosotros, Juan Pablo II. Por esto nuestra temática para este novenario, y la preparación a su beatificación, será: El espíritu Mariano de Juan pablo II en torno a nuestra devoción a la Madre de Dios, nuestra Patrona y reina.
Juan Pablo II no es solo un fiel intérprete de la doctrina sobre la virgen María, sino que expande nuevos caminos en el pensamiento, en la teología, enseñanza y en la espiritualidad mariana. La devoción mariana fue un particular carisma de su pontificado, con sus palabras, en su Magisterio, con los hechos y con sus gestos. De modo que muy bien podríamos parodiar en él, en su doctrina mariana, lo que dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, “Cristo se reveló, la Palabra se hizo carne, y reveló el plan de salvación no solo con palabras, sino que con hechos, con gestos claros que estaban intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras y los gestos, por muy pequeños que sean, manifiesten y confirmen la doctrina. Que los hechos estén explicados por las palabras y que las palabras, proclamen las obras y esclarezcan el misterio contenido en ellas” (DV 2).
En la persona y misión de Juan Pablo II, elocuentes fueron sus gestos. Esos detalles con los que constantemente dirigía la mirada de toda la Iglesia a la Madre de Dios, y nuestra Madre. Cuántas fotos podemos contemplar, especialmente en todos los libros que han surgido después de la muerte, de Juan Pablo II con una imagen de la Virgen. Por esto, es difícil imaginarnos al Papa sin la Virgen o sin un rosario en mano.
En realidad, Juan Pablo II fue un hombre de palabras, de obras y de gestos, que se inspiraban en la vida y en la persona de María, en su relación Trinitaria: Dios Padre “dio a su Hijo único al mundo sólo por medio de María” y “quiere tener hijos por medio de María hasta el fin del mundo”. Dios Hijo “se hizo hombre por nuestra salvación, pero en María y por medio de María” y “quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse día a día, por medio de su amada madre, en sus miembros” (ib., 16 y 31). Dios Espíritu Santo “comunicó a María, su Esposa fiel, sus dones inefables” y “quiere formarse, en ella y por medio de ella, a elegidos”.
Por esta razón la Toda Santa lleva hacia la Trinidad. Repitiéndole a diario Totus tuus y viviendo en sintonía con ella, se puede llegar a la experiencia del Padre mediante la confianza y el amor sin límites (cf. ib., 169 y 215), a la docilidad al Espíritu Santo (cf. ib., 258) y a la transformación de sí según la imagen de Cristo (cf. ib., 218-221).
De aquí podemos vernos a nosotros mismos, a nuestra historia, a nuestro presente, y sacar enseñanzas para nuestra vida y misión ante la mirada del “dolor profundo y del llanto sin consuelo”, de nuestra Señora de la Soledad, que nos recuerda permanentemente, el drama del Calvario, el amor de Dios por el hombre, los méritos redentores de la Cruz, el plan de salvación del Padre, que decide enviarnos a su Hijo por medio, para que nos redimiera del pecado y de la muerte.
Por tanto, nos dice el Papa, respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios, que nosotros tenemos en su advocación de Nuestra Señora de la Soledad.

26 DE ABRIL
La Maternidad de María
La dimensión Mariana en Juan Pablo II es fruto de toda una vida de profunda devoción a María Santísima como Madre, que llevó, como él mismo lo ha dicho, un largo proceso de maduración. Podríamos decir que Juan Pablo II en su experiencia personal y en su dimensión teológica, coloca, la Maternidad de María como el tronco sobre el cual se desarrollan todas las ramas (dimensiones) de su vida y espiritualidad mariana.
Él está convencido que cada discípulo de Cristo debe encontrarse en las palabras del Maestro en la Cruz: “He aquí a tu hijo; hijo he aquí a tu Madre” y que estas palabras son el testamento de Cristo que deben ser acogidas por cada uno de los fieles de la Iglesia. "En Juan, el discípulo amado, cada persona, descubre que es hijo o hija de aquella que dio al mundo al Hijo de Dios".
Para Juan Pablo II, identificarse como hijo de María, fue determinante en el desarrollo de su espiritualidad Mariana. Descubrirse en el rostro de San Juan evocó una profunda conciencia de la necesidad de acoger en su corazón, en su interior, a la Madre del Salvador, y que era el expreso deseo del Redentor, que él asumiese ese amor filial, dejando a la Virgen ejercer toda su misión materna.
Como expresó en la Encíclica Madre del Redentor, 45: “La maternidad en el orden de la gracia igual que en el orden natural caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: Ahí tienes a tu hijo. En estas mismas palabras está indicado el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no solo de Juan, sino de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. A los pies de la cruz comienza aquella especial entrega del hombre a la madre de Cristo”.
La Madre de Dios es la Nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán -Cristo-, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el banquete de la Boda en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el Cenáculo de Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es la Madre de la Iglesia. (S.S. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza). Estaba “convencido que María nos conduce a Cristo” pero a partir de allí comenzó “a comprender que también Cristo nos conduce a su Madre” (Giovanni Paolo II, Dono e misterio, pág. 37-38).
La maternidad espiritual de María, se expresa particularmente, con su mediación materna. Ella intercede ante su Hijo e interviene directamente en el dinamismo de la salvación para alcanzarnos las gracias de santidad que Cristo ha hecho posible para la Iglesia con su sacrificio redentor.
En efecto, la experiencia de este pueblo ha sido desde 198 años de ser La Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, en su advocación de la Soledad, la Patrona de la ciudad de Irapuato, siendo Papa Urbano VIII, y Obispo de Michoacán el Sr. Dn Manuel Abad y Queipo; y, el 89 aniversario de su coronación pontificia, siendo Papa Benedicto XV, y Obispo de León, el Excmo. Sr. Emeterio Valverde y Téllez; 7 años como Patrona de la Diócesis de Irapuato, por voluntad del siervo de Dios, Juan Pablo II, y siendo primer Obispo de Irapuato su excelencia José de Jesús Martínez Zepeda; y 5 años de haber sido constituido este Santuario de la Soledad como sede Parroquial… Desde 1813 nuestros antepasados, los cristianos y cristianas de Irapuato, la recibieron en su casa, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Soledad, como Juan, el discípulo amado de Jesús.
27 DE ABRIL
La Encíclica Madre del Redentor del 25 Marzo de 1987
El Siervo de Dios nos legó una encíclica Mariana: Madre del Redentor, que busca despertar en todos los fieles, una sólida y necesaria espiritualidad mariana, basada en la Tradición de la Iglesia y en las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Juan Pablo II al hablar de la maternidad de María, Madre de Cristo y Madre de Iglesia, dice que “La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de salvación”... negarlo, dice, sería negar la historia. En efecto, María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán -Cristo-, comenzando en la Anunciación, a través de la noche en Belén, en las bodas de Caná, en la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo en Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor, es Madre de la Iglesia”.
Esta encíclica a la Madre del Redentor es la expresión de su devoción y doctrina mariana, el fruto maduro de un largo camino de relación filial con la Virgen. Sus palabras al entregar a la Iglesia este documento fueron: “he estado pensando sobre este tema por un largo tiempo. Lo he ponderado profundamente en mi propio corazón”.
Con esta encíclica, Juan Pablo II quiso recalcar que la Virgen tiene un lugar preciso en el dinamismo de la salvación porque ella estaba destinada desde el principio para ser la Madre del Hijo de Dios, que nacería de ella en la plenitud de los tiempos. Esta plenitud revela, que el culmen de la historia, hacia la que caminaba y desde la que parte, es la Encarnación del Hijo de Dios, llevada a cabo por el poder del Espíritu Santo y la cooperación materna de María. Los reyes magos, representan la historia: recorren largos y difíciles caminos tras una estrella hasta que su búsqueda termina con el Mesías, y desde ahí parten por otro camino. Pero ellos, igual que los pastores, encuentran al Mesías en brazos de su Madre. La humanidad, la historia, cada corazón está llamado a encontrar al Señor, que se ha encarnado y que ha venido al mundo por medio de una Mujer, la Virgen.
Por consiguiente, es una hermosa coincidencia el que nosotros nos preparemos a la Fiesta de Nuestra Señora de la Soledad, a través del pensamiento y vivencia mariana de Juan Pablo II, y también nos preparemos de la mano de nuestra Patrona y Reina a recibir el don de la beatificación de nuestro querido Papa. Ambos acontecimientos son una oportunidad para:
1) Profundizar en la doctrina de fe sobre María, pero que esta sea “una fe vivida, la teología del corazón”, para que nuestra Iglesia, cada uno de nosotros, viva una auténtica “espiritualidad mariana”.
2) Que optemos por convertirnos en verdaderos misioneros de Nuestra Madre, y vivamos nuestra consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo.
3) Preparar, de cara al futuro, el Bicentenario del Patronato de Nuestra Señora de la Soledad, sobre la ciudad de Irapuato. Nuestra preparación en estos dos años, nos debe llevar a es “remar mar adentro” (¡Duc in altum!) para proclamar a Cristo Señor y Salvador, Camino, Verdad y Vida, la meta y fin de la historia humana.
Siguiendo la figura la enseñanza y el testimonio de Juan Pablo II, vemos que la figura de María tiene que estar fuertemente presente en nuestra vida ordinaria. Su enseñanza y su testimonio ve a la Bienaventurada Madre de Dios “maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que ‘'no caiga’, o, si cae, ‘se levante’”.
28 DE ABRIL
El rosario
Juan Pablo II aprovechó siempre toda ocasión para hablar a la Iglesia sobre la Madre del Señor, porque, María de Nazaret, ha sido el centro de la vida espiritual de los discípulos de Jesús, después de Él, que es la Puerta, el primero y el último, el centro y fin de la historia. El Papa Juan Pablo II ha dicho que la devoción mariana es signo de la fe viva del pueblo de Dios a la Virgen María, así como su expresión de vida cristiana y misionera: discípulos y misioneros de Jesucristo por medio de María.
Hoy les propongo algunas ideas sobre la carta apostólica de Juan Pablo II de “El Rosario de la Virgen María”. Con el rosario el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con “la oración del corazón” u “oración de Jesús”.
Fomentar el rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de la crisis actual.
El ritmo del rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de María.
Cuando dos amigos se frecuentan, suelen parecerse también en las costumbres; así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la virgen María, al meditar los misterios del rosario y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos.
La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado, ¡El es el resucitado! Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él, la verdad sobre el hombre. Por tanto, cada misterio, bien meditado, alumbra el misterio del hombre.
Para comprender el rosario es necesario entrar en la psicología propia del amor. Y así, se afirma que la familia que reza unida permanece unida, porque el amor es vínculo de la perfecta unión.
Hoy, como en los tiempos de primeros fervientes devotos de Nuestra Señora de la Soledad, es necesario anunciar a Cristo a esta ciudad de Irapuato, que camina desde hace doscientos años bajo el patrocinio de su Patrona, porque que se está alejando de los valores cristianos y pierde incluso su recuerdo. Con la esta bendita Imagen como telón de fondo, la propuesta del Rosario adquiere el valor histórico de un nuevo empuje en el anuncio cristiano en nuestro tiempo, porque el Rosario es camino de María.
En la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” el Papa decía que el Rosario es una oración orientada por su propia naturaleza a la paz. No sólo porque nos lleva a invocarla, apoyados en la intercesión de María, sino también porque nos hace asimilar, junto a el misterio de Jesús, su proyecto de paz, don de Dios para cada uno, y para cada familia. Este es el mensaje de la cruz de Jesús resucitado, que nos sigue bendiciendo por manos de nuestra patrona y reina.

29 de abril
Consagración mariana
El Papa Juan Pablo II resume su consagración con su lema “Totus tuus ego sum. Et mea omnia tua sun”: Soy todo tuyo. Y todo lo mío es tuyo, y ha propuesto la Consagración a Cristo por manos de María como medio eficaz para vivir fielmente el bautismo (RM 48). Este es nuestro último tema de este novenario: PINCELADAS DEL MAGISTERIO MARIANO DE JUAN PABLO II, como preparación a nuestra fiesta y a su beatificación, el próximo domingo.
Consagrarse es entrar en alianza, comunión profunda de corazón con el Corazón Inmaculado para así ser llevados a alcanzar una plena comunión de corazón con el Corazón de Cristo. “Debemos permanecer en alianza con el Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María”. Se dedicó a llevar a toda la Iglesia hacia una profunda unión espiritual con Cristo a través de María, por medio de la Consagración Total. Se ha dedicado a despertar en toda la Iglesia, el amor, y devoción filial a la Santísima Virgen.
Juan Pablo II hizo de la consagración mariana un punto clave en su vida personal y en su misión petrina. Un famoso mariólogo, Stephano D'Fiores afirma que “Si los últimos Papas han hablado favorablemente sobre la Consagración Mariana, Juan Pablo II la ha hecho una de las características claves de su Pontificado. Para Juan Pablo II, la consagración Mariana, es un punto elemental en su programa de vida espiritual y pastoral".
Su profunda piedad mariana, teológicamente enriquecida, llevó a Juan Pablo II, hacia una espiritualidad de profunda confianza. Es este sentido de confianza lo que llevó al Santo Padre a pronunciar estas palabras en Czestochowa en 1979, en el monasterio de Jasna Gora, durante su primera peregrinación a Polonia: “Soy un hombre de una gran confianza, aquí aprendí a serlo. Aprendí a ser un hombre de profunda confianza aquí, en oración y meditación frente al gran ícono de María, la primera discípula: Hágase en mí según tu Palabra”.
Nosotros necesitamos volver a María, consagrarnos a ella, e iniciar una profunda renovación en cada persona y en cada familia. Necesitamos volver nuestros ojos y nuestros corazones a Nuestra Señora de la Soledad, porque urge recuperar a los que están lejos, a los que se nos han ido y fortalecer a los que están cerca.
En cada novenario, en cada fiesta del 30 de abril, hemos de recordar que Cristo nos ha confiado al cuidado materno de Nuestra Señora de la Soledad, comprendamos que a tal amor materno solo podemos responder con la entrega total y generosa de sí, al Corazón de nuestra Madre. Y ya que María fue dada como Madre personalmente a “discípulo de Jesús, hemos de responder con ‘la entrega’ con una auténtica devoción. La entrega es la respuesta al amor de una persona, y, en concreto al amor de la madre. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, introduce a María en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su yo humano y cristiano”, afirma Juan pablo II.
Ahora, al final del novenario, hagamos nuestra consagración a Nuestra Señora de la Soledad…
ACTO DE CONSAGRACIÓN
¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre de los hombres y de las mujeres: Reina y Patrona Nuestra, Señora de la Soledad!
Al final de este novenario queremos “CONSAGRARNOS A TI ANTE ESTE ALTAR Y TU BENDITA IMAGEN”, y ofrecerte el homenaje de nuestra vida y de nuestro amor; para felicitarte, como hijos tuyos, por los incomparables privilegios con que Dios te adornó desde el primer instante de tu concepción inmaculada, y para alegrarnos contigo por la gloria sublime de que ahora gozas en el cielo.
(---) Bendita seas, Señora Nuestra, (…) por tu santidad y por tu poder de mediadora universal; por tu piedad y tu misericordia.
Tu nunca te olvidas de que has sido levantada hasta el trono de Dios, no sólo para tu gloria, sino también para nuestra salvación; no te olvides de que Dios te ha llevado al cielo en cuerpo y alma, para que así intercedas mejor por nosotros, pobres pecadores.
Llenos de confianza en tu poder y en tu bondad, y sabiendo que, como Madre buena, oyes los ruegos de tus hijos y de tus hijas, te suplicamos con todo el fervor de nuestro corazón, que no nos dejes de tu mano, porque, si tú nos dejas, nos perderemos para siempre.
¡No nos abandones y danos fortaleza, Santa Madre de Dios!
Para luchar contra las malas inclinaciones de nuestra naturaleza, herida por el pecado.
Para dominar las miradas peligrosas, y para impedir las conversaciones atrevidas.
Para apartarnos de compañías que nos lleven al pecado; para cumplir decididamente nuestros deberes de trabajo y estudio.
Para ser buenos y leales con los que convivimos y amigos, caritativos y atentos con los pobres y los enfermos, constantes y devotos en la recepción de los sacramentos de Confesión y Comunión.
Danos fortaleza para luchar y vencer; ¡Oh celestial vencedora de todas las batallas de Dios!
Y concédenos que los que hoy nos hemos reunido ante Ti para haceros entrega de todo nuestro ser mediante esta consagración, cantar tus alabanzas y pedir tu protección, nos reunamos un día en la gloria del paraíso para ofrecer contigo nuestro amor a tu Hijo y Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.







30 DE ABRIL
FIESTA A NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD 2010
Nuestra Patrona (1813-2010) y Reina (1922-20010): proximidad del bicentenario de su Patronato sobre Irapuato
La Fiesta a nuestra Señora de la Soledad nos invita a cantar y alabar: “Salve, Reina poderosa, Que tus bondades derramas. Sobre todos los que amas Compasiva y generosa. Nuestros ojos siempre fijos Tenemos en tu bondad (Pbro. Ángel Miranda). Esta es una fiesta de esperanza, porque la Madre de Dios y Madre nuestra, es nuestra esperanza y protección.
Desde nuestra Madre de la Soledad podemos encontrar el sentido a nuestra vida: desde el corazón de nuestra Reina, encontramos el sentido al dolor y a la soledad, que llevamos pegados siempre a nuestra piel. Nuestra vida, en la medida en que comienza a identificarse con la de Ella, entendemos mejor el misterio Pascual, pasión, muerte y Resurrección del Señor Jesús, y con ella, en unión con el Redentor, sabemos que el dolor es redentor, y la soledad, una oportunidad para hacer espacio a Dios en nuestra intimidad: todo ofrecido al Padre por el Hijo, en unión con María, tienen precio de eternidad, para si y para la humanidad, para nuestra ciudad, para nuestra familia. Así nos lo ha enseñado la Reina de Irapuato, sí, La del dolor más amargo, nos ha dicho que el dolor purifica, y “lo que es puro, es lo santo, es la virtud, la belleza, lo inmortal, lo inmaculado. ¡Salve a ti! ¡Paz a tus hijos! ¡Linda joya de Irapuato!” .
Vista desde Jesús y María y José las penalidades de la vida humana, todo se convierte como “ojos que penetran a través de la niebla que confunde los objetos y difumina las verdades, y al atravesarla nos permite llegar a lo que verdaderamente es y a lo que verdaderamente importa, pues significa acallar toda clase de voces confusas y discordantes para que se pueda oír la Palabra viva, clara y penetrante”. Todo desde Cristo y desde María de la Soledad tiene sentido, tiene luz, tiene precio de eternidad.
Y es que si por medio de la Santísima Virgen vino Jesucristo al mundo, por medio de Ella debe también reinar en el mundo; y si por María vino el Salvador, el Redentor, El Camino y la luz al mundo, por medio de María tenemos el camino cierto para saber vivir en los gozos y las alegrías, las angustias y las tristezas de nuestro corazón, y conseguir la salvación, caminando por donde ella caminó, haciendo lo que ella amó y vivió.
Prueba del patrocinio de la Santísima Virgen, como de la filial gratitud de sus devotos, es el magnífico templo que fue edificado en la primera mitad del siglo XVIII, en el cual se venera la bendita Imagen, y el cual es un monumento de la generosidad de los habitantes de Irapuato puesta al servicio de la piedad y del amor. Y que ahora, todos, nos hemos dado a la tarea de restaurarlo: baste como signo, lo que hemos hecho, para vislubrar lo que nos falta por hacer…
La grande obra, la epopeya de Irapuato, el apoteosis de Nuestra Señora de la Soledad, el colmo del entusiasmo religioso, la cumbre de la perfecta vida social, el fundamento de nuestra felicidad temporal, el augurio de nuestra dicha futu¬ra, fue la declaración solemne como Patrona de Irapuato, en 1813, y la Coronación, en 1922, de Nuestra Señora de la Soledad.
A nosotros nos ha tocado en hora ver a María de la Soledad en su palacio irapuatense, asistirla en su trono, aclamarla por Reina nuestra, bendecirla con nuestros corazones, alabarla con nuestras lenguas, y acogernos a Ella como Reina, Patrona y Madre. Al celebrar la grandeza y hermosura de Nuestra Señora de la Soledad, los irapuatenses hemos de profesar ante el cielo y la tierra que queremos ser para siempre la peana de sus pies.
30 de abril de 1813 y de 1922, son fechas que llenaron de fe y de gozo a nuestros antepasados, que nada ni nadie debería borrar de nuestra memoria, porque un pueblo sin memoria, se queda infantil, se despersonaliza. Me refiero, sobre todo, a las solemnísimas fiestas, celebradas en honor de la “Linda Joya de Irapuato”, los días 30 de abril desde 1813 y de 1922. Estos días eran muy lucidos: se llevaba en procesión a su Patrona, era llevada en andas, conducida con todo respeto y veneración de su iglesia a la parroquia, pasando por diversas calles. El clero, sacerdotes religiosos y diocesanos, las cofradías y hermandades, las colegialas de la “Enseñanza”, los alumnos del Colegio de San Francisco de Asís, y los de otras escuelas, el pueblo todo, prácticamente formaban las procesiones.
María de la Soledad, ¿por qué quisiste venir a este pueblo?, ¿qué tenemos, que haz querido vivir con nosotros, si tu eres la Reina, la madre de Dios?, Así como tu Hijo, que tomó lo nuestro para que fuéramos ricos, tú ha venido a nosotros porque éramos y somos pobres, y tu amor se ensancha ante los pobres y afligidos… Así lo han expresado nuestros antepasados: “Heme aquí, Oh Madre, ante tus pies postrado. Heme aquí, Oh Madre, contrito y humillado; Delante de tu altar; pues, tu nombre a tanto alcanza, Que al llamarte Madre, crece mi esperanza tan grande como el mar.
Ser dóciles a las enseñanzas de Jesús, ser fieles devotos de Nuestra Señora de la Soledad, amarla e imitarla, es la respuesta que los niños y ancianos, jóvenes, hombres y mujeres, padre y madres de familia, sacerdotes y Obispo, es la mejor forma de no echar en saco roto, la fe, la esperanza y el amor que testimoniaron nuestros mayores a nuestra Reina de la Soledad, como expresara en 1922, el Sr. Obispo Miguel M. Mora: ¡Oh Virgen de la Soledad profunda, Y del llanto sin consuelo, Mira, oh tierna Madre, a tu pueblo; Mira, ¡cómo te ama!, ¡Haz que te ame más y más, Y que tus hijos de Irapuato, Primero pierdan la vida; que dejarte de amar! (Del Sr. Obispo Miguel M. Mora).

domingo segundo de pascua o de la Misericordia divina


SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA O DE LA MISERICORDIA DIVINA
Este domingo cierra la Octava de Pascua como un único día ‘en que actuó el Señor’, caracterizado por el distintivo de la Resurrección y de la alegría de los discípulos al ver a Jesús.
Hemos escuchado que Jesús resucitado se aparece en el Cenáculo a los discípulos y les ofrece el don pascual de la paz y de la misericordia. Recordando la página evangélica de hoy, se comprende muy bien que la verdadera paz brota del corazón reconciliado que ha experimentado la alegría del perdón y, por tanto, está dispuesto a perdonar. Hoy día del trabajo, de san José Obrero, de la misericordia divina, y beatificación de Juan Pablo II, abramos el alma al amor de Jesucristo, a su misericordia.
Durante el jubileo del año 2000, el beato Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo que sigue a la Pascua, se denominara Domingo de la Misericordia Divina. Esto sucedió en concomitancia con la canonización de Faustina Kowalska, humilde religiosa polaca, celosa mensajera de Jesús misericordioso. Y ahora también, coincide la beatificación de nuestro querido Papa.
Recordemos que hace seis años, después de las primeras Vísperas de esta festividad, Juan Pablo II terminó su existencia terrena, y justamente hoy es proclamado beato.... Hoy la Iglesia nos asegura que al morir, entró en la luz de la Misericordia divina, desde la cual, más allá de la muerte y desde Dios, ahora nos habla de un modo nuevo, como beato, tengan confianza, nos dice, en la Misericordia divina. Conviértanse día a día en hombres y mujeres de la misericordia de Dios. La misericordia es el vestido de luz que el Señor nos ha dado en el bautismo. No debemos dejar que esta luz se apague; al contrario, debe aumentar en nosotros cada día para llevar al mundo la buena nueva de Dios.
En realidad, la misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que se reveló en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia y se manifiesta mediante los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación, y mediante las obras de caridad, comunitarias e individuales.
Volviendo al Beato Juan Pablo II, realmente, como sor Faustina, Juan Pablo II se hizo a su vez apóstol de la Misericordia divina. La tarde del inolvidable sábado 2 de abril de 2005, cuando cerró los ojos a este mundo, era precisamente la víspera del segundo domingo de Pascua, y muchos notaron la singular coincidencia, que unía en sí la dimensión mariana, era el primer sábado del mes, y la de la Misericordia divina.
En efecto, su largo y multiforme pontificado tiene aquí su núcleo central; toda su misión al servicio de la verdad sobre Dios y sobre el hombre y de la paz en el mundo se resume en este anuncio, como él mismo dijo en Cracovia-Lagiewniki en el año 2002 al inaugurar el gran santuario de la Misericordia Divina: “Fuera de la misericordia de Dios no existe otra fuente de esperanza para el hombre” (Homilía durante la misa de consagración del santuario de la Misericordia Divina, 17 de agosto).
Así pues, su mensaje, como el de santa Faustina, conduce al rostro de Cristo, revelación suprema de la misericordia de Dios. Contemplar constantemente ese Rostro es la herencia que nos ha dejado y que nosotros, con alegría, acogemos y hacemos nuestra.
“La mentalidad contemporánea... parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a dejar al margen de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de misericordia” (Dives in misericordia, 2). Pero el hombre tiene íntimamente necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese Amor que acoge, vivifica y resucita a vida nueva.
Ahora, oficialmente en Juan Pablo II, al ser elevado a los altares, se ha hecho en él efectiva aquella frase de san Agustín: “Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, nada será para mi dolor ni pena. Será verdadera vida mi vida, llena de Ti” (S. Agustín, Confesiones 10, 28, 39). Esta meta a la que llegó el Papa, que amó a santa María de Guadalupe, es también la nuestra.
Que la Madre de la Misericordia, que veneramos aquí con el título particular de “Nuestra Señora de la Soledad, cuya fiesta celebramos ayer, nos haga cada vez más conscientes de su maternidad, que “perdura sin interrupción desde el momento de su asentimiento fielmente prestado en la Anunciación”, y ratificado fielmente al pie de la Cruz, como contemplamos aquí en este hermoso retablo mayor, signo de la misericordia divina.