sábado, 4 de junio de 2011

La Ascension del Señor

Domingo de la Ascensión del Señor
Jesús los cita a sus discípulos en “un monte” de Galilea. En un monte Jesús sufrió la tentación del poder, en un monte se transfiguró, en un monte proclamó su mensaje. Dios ha querido revelarse de forma especial en la cumbre de las montañas, como un signo de su presencia.
En este monte Jesús manifiesta du poder y su divinidad. Y, con este poder, confía una misión a los discípulos y en ellos a toda la Iglesia, a cada uno de nosotros: hagan discípulos míos a todas las gentes; enséñenles “todo lo que Yo les ha mandado”. En efecto, el que anuncia y enseña la persona y la doctrina de Jesús, no enseña su doctrina, sino la persona, la vida y la persona de Jesús.
Esto es lo que Jesús pidió a sus seguidores y, hoy, nos lo sigue pidiendo a nosotros: “bautizar” y “enseñar”. Bautizar en el nombre de alguien significa establecer con él una relación personal. Por el bautismo entramos en relación personal con el Dios de Jesús, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por nuestro bautismo nos hemos hecho discípulos de Jesús. Y ser discípulos de Jesús implica, no sólo conocer la doctrina del maestro, sino vivir en una estrecha relación con Él; una relación personal y un seguimiento, que compromete toda la vida y es para siempre... En realidad, el discípulo se liga a la persona del Maestro y se compromete a compartir su proyecto de vida, a identificarse con sus palabras, sus pensamientos y sus obras.
La fiesta de la ascensión de Jesús subraya la responsabilidad de los creyentes. La palabra de Dios que hemos escuchado nos indica el verdadero camino, en el cumplimiento de nuestro deber de cristianos. Ahora comienza para la Iglesia el camino de la fe y de la madurez cristiana: caminará sola, sin la ayuda visible del Maestro. Comienza también el camino de la esperanza: “volverá”. La Iglesia espera la venida del Señor y su espera hará que se mantenga fiel. El reproche de los dos personajes: “¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”, viene a ser como una indicación de que la misión del cristiano está sobre la tierra; su mirada y atención será sobre las realidades humanas que él deberá transformar y cristianizar.
Es tanto la cercanía y el amor y la vida de Jesús con nosotros que promete vivir siempre entre nosotros: “Yo “estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. En realidad, el Señor resucitado se ha ido, pero al mismo tiempo está aquí, se ha quedado con nosotros para siempre, es el Emmanuel = el “Dios con nosotros”.
Ahora Jesús no Está entre nosotros de forma visible, física, pero se ha presente de diversos modos, y esto hace que sea posible estar con cada uno y con todos: está en Iglesia, en la comunidad concreta, en los sacramentos, en la Eucaristía, en los más abandonados, en el perdón, etc. Reto nuestro es estar atentos para encontrar al Señor en todo y de tantas maneras, se acerca a todos…
La presencia de Jesús nos urge a caminar, no podemos quedarnos “ahí parados mirando al cielo”. Necesitamos ponernos a trabajar en la personal salvación y en la salvación de los hermanos; desde al trabajo, desde la propia realidad..., Jesús nos quiere testigos de su presencia. Así nos podemos preparar para ser bautizados con el Espíritu Santo”, Él es fuerza de Dios en nuestra debilidad. Esta semana es tiempo de oración y reconciliación para prepararnos a Pentecostés, a tener la experiencia de la presencia del divino Consolador, y llenarnos de serenidad, ciencia y fortaleza.
Que el próximo domingo sean todos llenos del Espíritu Santo, que los llene de luz y de verdad, de poder y de fuerza para que den testimonio de Jesús resucitado. Cuenten con mi oración para que sea en cada uno un nuevo Pentecostés; a la vez me encomiendo a su oración… Que Dios Padre, en su Hijo Jesús, por el Espíritu Santo bendiga a todos (que la Madre de la Soledad haga a todos valientes testigos del resucitado. Cada uno desde donde estemos hagamos Historia, hagamos historia de salvación).