miércoles, 15 de junio de 2011

V. La Iglesia y la política: 1. Jesús y la política


V. “LA IGLESIA Y LA POLÍTICA”

1. JESÚS Y LA POLÍTICA
Es una hermosa oportunidad la que me ha dado “Emaús”, al invitarme a colaborar en esta edición. Agradezco, con esperanza e ilusión, poder dar algo de lo que Dios me ha dado, para gloria de la Trinidad y bien de la Iglesia.
Ante la inmensa gama de temas que pueden tratarse, hemos escogido este de “La Iglesia y la Política”, por ser un tema del momento histórico por el que está pasando nuestra Patria. El objetivo no es enseñar cosas nuevas, no hay nada nuevo bajo el sol, nos damos por satisfechos con puntualizar algunos de los aspectos de los temas que vayamos tratando.
Las fuentes a las que acudiremos con frecuencia serán la Revelación, el Magisterio de la Iglesia, La CEM, y el CELAM, tocando algunas veces los clásicos griegos y la patrística, sin olvidar los pensadores de actualidad.
Comenzamos, pues, reflexionando en las actitudes de Jesús y la política.
Numerosos judíos, y algunos paganos, “reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico “hijo de David” prometido por Dios a Israel (Cfr. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23). Jesús aceptó el titulo del Mesías al cual tenía derecho (Cfr. Jn 4, 25-26; 11, 27), pero no sin reservas, porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (Cfr. Mt 22, 41-46), esencialmente política (Cfr. Jn 6, 15; Lc 24, 21)” ; como fue el caso del grupo de los zelotes, revolucionarios extremistas de la época, contra el Imperio Romano.
Jesús no admite un Estado que pueda entrar en comparación y en competición con el Reino de Dios, ya que todo Estado temporal desaparece, y su Reino mira a las cosas eternas: su reino no es de este mundo (Cfr. Mt 25 34; Jn 18: 36). En efecto, su discípulo ha de orientar sus opciones hacia el futuro Reino y la voluntad de Dios, su Padre y Padre nuestro. Esto no supone un rechazo, sino primero buscar el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se dará por añadidura (Cfr. Mt 6:33).
La presencia del Estado es querida por Dios, el discípulo ha de pagar el impuesto para la subsistencia de éste: dar al César lo del César y a Dios, lo de Dios (Cfr. Lc 20, 25). Por tanto, “el deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen” . En realidad, hay una legitimidad del Estado y colaboración con el Estado, con sus exigencias cuando no se extralimitan, pues, ante un Estado totalitario, cesan las obligaciones con él, porque “la autoridad política debe actuar dentro de los límites del orden moral y debe garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad” .
Ciertamente, Jesús comparte con el zelotismo la espera del reino, pero con un carácter escatológico, que relativiza el orden político, lo saca del orden de lo absoluto. Pero a la vez que comparte con los zelotes la espera del reino, Jesús, se separa de sus comportamientos:
Mi reino no es de este mundo, no se construye por las fuerzas humanas, por medio de violencia o medios políticos.
Jesús no excluye el papel del Estado, tiene una función, es querido por Dios en el momento temporal presente.
El programa zelote trata de sustituir el totalitarismo romano por uno peor, que implica la sacralización de la política.
No está permitido dar al Estado lo que corresponde a Dios; en este orden sí cabe la resistencia, como los mártires. En este caso se excede el Estado de Derecho: es una actitud totalitaria, de represión por la fe de los cristianos. Tampoco en esos casos a la comunidad de los discípulos le corresponde la guerra santa. Puede ser un asunto civil, pero no religioso. En efecto, cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” .
Cristo adopta ante el Imperio Romano una postura política critica, pero no de rechazo total… esto describe la configuración entre el orden político y religioso.
La actitud cristiana no es una actitud de rechazo al Estado político, pero tampoco es una actitud de pasivismo. Por eso, “deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política” , por ejemplo el voto, denunciar la injusticia…
San Pablo, enseña la necesidad de sometimiento al Estado, pero con esto no quiere decir que el Estado sea absoluto. Esta postura coincide sustancialmente con la actitud de Jesús: el Estado no es absoluto, es sujeto de crítica cuando asume una actitud de totalitarismo. Por otra parte, recibe una cierta dignidad, dice, en efecto, sométanse,…oren…, porque toda autoridad procede de Dios (Cfr. Rom 13); y, por tanto, si viene de Dios, no cabe en la voluntad de Dios, ningún dejo de actitudes totalitarias, con mucha menos razón en la estructura de la Iglesia. Si san Pablo hubiera tenido presente a un totalitarista, sin duda, que lo hubiera condenado. Cuando el Estado se erige en representante del absoluto, el rechazo se justifica.
CONCLUSIONES
1ª.) La absolutización de lo temporal, en el NT, no es compatible cuando la política invade el terreno de la religión y viceversa: según si el Estado permanezca o no en sus propios límites, es servidor de Dios o no.
2ª.) El Nuevo Testamento introduce un cierto dualismo moral, presente y futuro, que no conduce al cristianismo a un rechazo abierto al Estado. El Estado Romano era un Estado gentil, no judío, y sin embargo, se considera que puede estar en los planes de Dios y, puede convertirse en servidor de Dios, siempre que distinga la justicia de la injusticia, el bien del mal. Por tanto, se admite que el Estado gentil puede tener un conocimiento del bien y del mal.
3ª.) El cometido de la Iglesia, de los Pastores, ante el Estado, lo marca la doctrina de Jesús:
Combatir toda clase de zelotismo dentro de sus filas, se rechaza toda dinámica revolucionaria, ocupar cargos públicos y hacer política. Todo pastor tiene el derecho y el deber de educar, formar en la cuestión política a sus ovejas, sin hacer ni política, ni partidismo. En efecto, Jesús evade a los que quieren hacerlo rey, el mensaje y la vida de Jesús son claros, no da lugar a confusión.
Otro cometido de la Iglesia, y sus Pastores, es permanecer critica ante le Estado y prevenirle de su límites.
La Iglesia “respeta y promueve la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos” . Por tanto, la misión de la Iglesia, desde su realidad temporal, se ordena más allá del tiempo y del espacio, es de orden divino y escatológico. “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana .
En el próximo número, “Iglesia y la comunidad política”.