lunes, 20 de junio de 2011

Décim seguda semana del timepo ordinario


Décima segunda semana
Lunes
Mateo 7, 1-5
Sácate primero la viga que tienes en el ojo. Hoy abunda en la Iglesia el tipo de contestatario que adopta una postura de protesta ante todo. Este el tema del Evangelio de hoy: “Ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio”. No sería mejor que corrigieran sus defectos antes de protestar de los ajenos.
Por desgracia, a menudo sentimos la tentación de condenar los defectos y los pecados de los demás, sin lograr ver los nuestros con la misma lucidez. ¿Cómo darnos cuenta si nuestro propio ojo está libre o cubierto con una viga? Jesús responde: “Cada árbol se conoce por su fruto” (Lc 6, 44).
San Basilio dice que “Parece, en verdad, que el conocimiento de sí mismo es el más difícil de todos. Ni el ojo que ve las cosas exteriores se ve a sí mismo, y hasta nuestro propio entendimiento, pronto para juzgar el pecado de otro, es lento para percibir sus propios defectos”.
Este sano discernimiento es don del Señor, y hay que implorarlo con oración incesante. Al mismo tiempo, es conquista personal que exige humildad y paciencia, capacidad de escucha y esfuerzo por comprender a los demás.
San Pablo nos dice que “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Cuando nos resulte arduo seguir al Señor por este camino, recurramos al apoyo y a la intercesión de María.

Martes
Mateo 7, 6.12-14
Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Este es el principio moral por excelencia que se ha mantenido desde hace milenios y en las diferentes culturas. Algunos ejemplos:
1) Platón decía: “Que me sea dado hacer a los otros lo que yo quisiera que me hicieran a mi”.
2) Confucio: “No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran”.
3) En el cristianismo: “Todas las cosas que quisieran que los hombres hicieran con ustedes, así también hagan ustedes con ellos”, etc.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Esta regla es muy valiosa como guía, sin embargo, el amor al prójimo va mucho más allá. Está basado en la convicción de que cuando amamos al hermano estamos mostrando nuestro amor a Dios, y cuando herimos al hermano estamos ofendiendo a Dios. Esto significa que la religión es la enemiga de la exclusión y discriminación, de la repugnancia y rivalidad. La creencia religiosa y su práctica no pueden ser separadas de la defensa de la imagen de Dios en todo ser humano.
En el Talmud se lee: El hombre fuerte es el que domina sus instintos y sus pasiones; el hombre sabio, el que aprende de todos con amor; y el hombre honrado, el que trata a todos con dignidad. Y en el Derecho Romano: Vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo. Y Jesús nos dice hoy Traten a los demás como quieren que ellos los traten, y si queremos: La Ley y los Profetas se resumen en la regla de oro del amor recíproco (cf. Mt 7, 12).
Miércoles
Mateo 7, 15-20
Por sus frutos los conocerán. El Señor hablaba de cómo podrían reconocerse a los verdaderos discípulos y también a los falsos discípulos. A principios del siglo II San Ignacio, obispo de Antioquía y mártir, escribía a los Efesios: “Como el árbol se conoce por sus frutos, así también quienes se profesan discípulos de Cristo se conocerán por sus obras. De modo que no es cuestión de profesar la fe con palabras, sino que se necesita la fuerza de la fe para que nos encuentren fieles hasta el fin” (Carta a los Efesios 14, 2).
Así como los frutos de una higuera son concretos, visibles, así también deben ser los frutos en nuestra vida cristiana: deben ser concretos, visibles a los demás. No se trata ciertamente de buscar ser reconocidos, apreciados, aplaudidos, enaltecidos por los frutos de las buenas obras, sino que se trata de que muchos al ver tus buenas obras «glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). No se trata de alimentar tu vanidad buscando que por tus obras seas alabado, sino de señalar siempre humildemente el origen de todo lo bueno que tú puedes hacer: Dios.
¿Y qué frutos concretos espera el Señor de mí? Frutos de servicio y atención a los miembros de mi propia familia; frutos de perdón y reconciliación con quienes me han o he ofendido; frutos de solidaridad y caridad con los necesitados; frutos de generosidad con quien me pide cualquier tipo de ayuda; frutos de estudio y conocimiento de la propia fe para poder dar razón de ella a muchos; frutos de un apostolado irradiante; etc.
Demos, pues, los frutos que el Señor espera de nosotros, fuertemente adheridos al Señor, nutriéndonos de la savia viva de su amor y de su gracia, con la conciencia de que sin Él no podemos dar fruto (ver Jn 15,4-5).

Jueves
Mateo 7, 21-29
La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. Cada día debe estar ante los ojos del corazón: ¿cómo construir la casa llamada vida? Jesús, cuyas palabras hemos escuchado en el pasaje del evangelio según san Mateo, nos exhorta a construir sobre roca. En efecto, solamente así la casa no se desplomará.
Pero ¿qué quiere decir construir la casa sobre roca? Construir sobre roca quiere decir ante todo: construir sobre Cristo y con Cristo. Jesús dice: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que construyó su casa sobre roca” (Mt 7, 24). Aquí no se trata de palabras vacías, dichas por una persona cualquiera, sino de las palabras de Jesús. No se trata de escuchar a una persona cualquiera, sino de escuchar a Jesús. No se trata de cumplir cualquier cosa, sino de cumplir las palabras de Jesús.
Construir sobre Cristo y con Cristo significa construir sobre un fundamento que se llama amor crucificado. Quiere decir construir con Alguien que, conociéndonos mejor que nosotros mismos, nos dice: “Eres precioso a mis ojos…, eres estimado, y yo te amo” (Is 43, 4). Quiere decir construir con Alguien que siempre es fiel, aunque nosotros fallemos en la fidelidad, porque él no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2, 13). Quiere decir construir con Alguien que se inclina constantemente sobre el corazón herido del hombre, y dice: “Yo no te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (cf. Jn 8, 11). Quiere decir construir con Alguien que desde lo alto de la cruz extiende los brazos para repetir por toda la eternidad: “Yo doy mi vida por ti, hombre, porque te amo”. Encendamos en nosotros el deseo de construir nuestra vida con él y por él. Porque no puede perder quien lo apuesta todo por el amor crucificado del Verbo encarnado.
Viernes. Natividad de San Juan Bautista
Lucas 1, 57-66.80
Juan es su nombre. Celebramos hoy la natividad de san Juan Bautista. Él fue puesto por la Providencia inmediatamente antes del Mesías, para preparar delante de él el camino con la predicación y con el testimonio de su vida.
Entre todos los santos y santas, Juan es el único cuya natividad celebra la liturgia. Desde el seno materno Juan anuncia a Aquel que revelará al mundo la iniciativa de amor de Dios.
“Juan es su nombre” (Lc 1, 63). A sus parientes sorprendidos Zacarías confirma el nombre de su hijo escribiéndolo en una tablilla. Dios mismo, a través de su ángel, había indicado ese nombre, que en hebreo significa “Dios es favorable”. Dios es favorable al hombre: quiere su vida, su salvación. Dios es favorable a su pueblo: quiere convertirlo en una bendición para todas las naciones de la tierra. Dios es favorable a la humanidad: guía su camino hacia la tierra donde reinan la paz y la justicia. Todo esto entraña ese nombre: Juan.
Además, san Juan Bautista es modelo perenne de fidelidad a Dios y a su ley. Él preparó a Cristo el camino con el testimonio de su palabra y de su vida. Imitémosle con dócil y confiada generosidad.
San Juan Bautista es ante todo modelo de fe; Es modelo de humildad, Es modelo de coherencia y valentía para defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta la cárcel y la muerte. En la escuela de Cristo, siguiendo las huellas de san Juan Bautista, tengamos la valentía de poner siempre en primer lugar los valores espirituales.

Sábado
Mateo 8, 5-17
“Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados a las tinieblas de fuera” (Mt 8, 11-12). Aquí se observa claramente cómo la invitación a participar en el Reino de Dios se vuelve universal: Dios tiene intención de sellar una alianza nueva en su Hijo, alianza que ya no será sólo con el pueblo elegido, sino con la humanidad entera.
La verdad testimoniada por Jesús es que él vino para salvar al mundo que, de lo contrario, estaba destinado a perderse: “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). El reino de Dios es para todos. Jesús quiso que la Iglesia que él fundó fuera una Iglesia universal, la llamó a construir el reino de Dios con todos los vivientes, su reino es un "reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz" (Prefacio de la fiesta de Cristo, Rey del universo).
En efecto, Cristo Señor, Hijo de Dios vivo, vino a salvar del pecado a su pueblo y a santificar a todos los hombres, como El fue enviado por el Padre, así también envió a sus Apóstoles, a quienes santificó, comunicándoles el Espíritu Santo, para que también ellos glorificaran al Padre sobre la tierra y salvaran a los hombres. Jesucristo vino a salvar a todos los hombres, y a todo el hombre. . Así vemos qué rica y profunda es la salvación que Cristo ha traído. No sólo vino a salvar a todos los hombres, sino también a todo el hombre.