lunes, 11 de julio de 2011

XV Semana del tiempo Ordinario Reflexiones del evvangelio de cada día


Décima quinta semana

Lunes
Mateo 10, 34-42; 11,1
No he venido a traer paz, sino discordia. Esta expresión de Jesús atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Lejos de ser una incitación a la discordia, esta expresión es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, “es nuestra paz” (Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz.
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.

Martes
Mateo 11, 20-24
El día del juicio será menos riguroso para Tiro, Sidón y Sodoma que para otras ciudades. Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, Ante la actitud hostil de los fariseos, ahora Jesús, asocia otra actitud semejante de algunas ciudades en las que él predicó. Jesús increpa a las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm porque en ellas había hecho muchos milagros, y, sin embargo, no se habían convertido a Él.
La doctrina que tantas veces había enseñado allí Jesús, rubricada con milagros, les hacía ver que El era el Mesías. Pero no respondieron a amor de Jesús; no cambiaron su modo de ser, su judaísmo rabínico y alega: porque no se habían convertido.
Al respecto, san Cirilo, comenta; “Por medio de esto, Jesús, nos enseña que todo lo que nos dicen los apóstoles debe aceptarse y dar frutos de conversión. Nadie ha comprado la salvación como propiedad privada. Cada día necesitamos volver sobre nuestras vidas, confrontarnos con el evangelio de Jesús y dar un paso en nuestro camino de conversión. La autosuficiencia es mala consejera. Para conservar y aumentar las gracias y dones recibidos de Jesús, esforcémonos por una conversión permanente de la mente y del corazón, combatiendo decididamente el pecado, que destruye la vida del alma.
Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo «me atrae hacia sí» para unirse a mí, a fin de que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.
Miércoles
Mateo 11, 25-27
Escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a la gente sencilla. Ante la dureza de corazón de muchos, particularmente de los cultísimos fariseos y maestros de la Ley, el Señor Jesús da gracias al Padre por la humildad de aquellos que sí creyeron y acogieron la verdad revelada por Él, que lo acogieron a Él mismo.
Por consiguiente, Jesús no fustiga el hecho de ser sabios, sino la soberbia que lleva a asumir una actitud cerrada, intolerante e incluso hostil frente a la Verdad revelada por el Señor Jesús. Él muestra esa verdad a todos, pero no todos la acogen, sino sólo los “sencillos”.
En este sentido interpreta las palabras del Señor San Juan Crisóstomo: “al decir ‘a los sabios’, (el Señor) no se refiere a la verdadera sabiduría, sino a aquella que pretendían tener los escribas y los fariseos”. Y en un sentido más amplio afirma San Agustín que “bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios”.
En resumen, el Señor Jesús “da gracias de haber revelado los misterios de su advenimiento a los Apóstoles, como párvulos, mientras que los escribas y fariseos, que se creían sabios y se miraban como prudentes, los ignoraron” (San Beda). La humildad nos hace reconocer que “nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”, es decir “a los pequeños” (Mt 11,25-27).
Contemplemos a la Madre de Dios. En Ella se expresa la sabiduría de los sencillos, de los pobres, y se trasciende la ruptura generada por la ciencia que hincha y oscurece el entendimiento.
Jueves
Mateo 11, 28-30
Soy manso y humilde de corazón. Hoy el Señor hace una invitación a “todos los que están cansados y agobiados”. Los invita a acudir a Él, les promete que Él aliviará el peso que cargan sobre sus hombros, la fatiga que experimentan.
¿A qué peso se refiere? Es el peso de la Ley y de las observancias farisaicas que recargan más aún el peso de la Ley (ver Mt 23,4). El “yugo de la Ley” era una metáfora frecuentemente usada entre los rabinos, y es eso a lo que hace referencia el Señor. Él ofrece ahora otro yugo, el “suyo”, un yugo que es suave y ligero.
Quien del Señor aprende a cargar ese yugo, quien acude a Él, quien lo ama como es amado por Él, encontrará en Él el descanso del corazón, encontrará que la “carga” de los mandamientos divinos –que para muchos es un yugo insoportable– se hace ligera, fácil de cumplir y sobrellevar. Para quien ama, hasta lo más duro y exigente se torna “suave” y se hace con enorme gozo y alegría.
“¡Vengan a Mí!”, nos dice el Señor, cuando nos experimentamos fatigados, agobiados, invitándonos a salir de nosotros mismos, a buscar en Él ese apoyo, ese consuelo, esa fortaleza que hace ligera la carga. Él, que experimentó en su propia carne y espíritu la fatiga, el cansancio, la angustia, la pesada carga de la cruz, nos comprende bien y sabe cómo aligerar nuestra propia fatiga y el peso de la cruz que nos agobia. “Sin Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva”. (S.S. Juan Pablo II) Si buscamos al Señor, en Él encontraremos el descanso del corazón, el consuelo, la fortaleza en nuestra fragilidad. Y aunque el Señor no nos libere del yugo de la cruz, nos promete aliviar nuestro peso haciéndose Él mismo nuestro Cireneo.
Viernes
Mateo 12, 1-8
El Hijo del hombre también es dueño del sábado. Jesús enfrenta la actitud autoritaria y opresora de los fariseos. Estos lo cuestionan por la acción que cometen los discípulos “arrancan espigas en sábado”. Arrancar espigas era equivalente a cosechar, trabajo no permitido durante el descanso obligatorio, según la interpretación de los fariseos.
Jesús los contradice con unos hechos referidos al rey David y a la vida del templo. David infringió la ley para alimentar a su tropa; los sacerdotes por el exceso de actividad del culto violan el descanso obligatorio. Luego les cita la misma escritura, donde se hace evidente en la boca de los profetas que lo importante es la misericordia y no los sacrificios.
El precepto sabático sólo puede ser entendido adecuadamente en el marco del culto tributado a Dios y éste sólo puede brotar auténticamente en el ámbito de la misericordia y desde el sentimiento de ayuda al semejante.
Desde el tiempo del Nuevo Testamento (tiempos Apostólicos), el domingo remplazó al sábado judío como día dedicado al Señor para darle culto y descansar de las labores. San Ignacio de Antioquía, discípulo de los Apóstoles, Padre de la Iglesia del siglo I, enseña: Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte (Magn. 9,1).
Juan pablo II, decía que “El domingo, pues, más que una «sustitución» del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo”.

Sábado: 16 de julio fiesta de Nuestra Señora del Carmen
Mateo 12, 14-21
Les mandó que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta. Teneos un nuevo incidente de Jesús respecto al sábado: en ese día curó a un paralítico, y ¡en plena sinagoga esta vez!
Los fariseos salieron y tuvieron consejo para planear el modo de acabar con El. Jesús se enteró y se fue de allí. Le siguieron muchos y El los curó a todos, mandándoles que no lo publicaran...
Esta orden de Jesús a sus oyentes de que no lo dijeran fue para que se cumpliera la profecía de Isaías, pues este estilo es del que habla el profeta hablando del Siervo de Dios y que ahora san Mateo afirma que se cumple a la perfección en Jesús: anuncia el derecho, pero no grita ni vocea por las calles. Tiene un modo de actuar lleno de misericordia: la caña cascada no la quiebra, el pábilo vacilante no lo apaga. Ayer decía aquello de “misericordia quiero y no sacrificios”. El es el que mejor lo cumple con su manera de tratar a las personas.
La misión de Jesús es pacifista, solidaria y defensora de la justicia y el derecho. Sólo de un hombre así, sin pretensiones mundanas, el pueblo puede esperar la salvación. Jesús anunciará su misión salvífica con el testimonio de su propia vida, respaldado con acciones concretas en favor de los más pobres y desvalidos de la sociedad. Es precisamente en favor de ellos que instaurará el derecho y la justicia entre las naciones.

Nuestra Señora del Carmen
Cuando nosotros celebramos la fiesta de María, Madre de Dios, bajo cualquier advocación con que la llamemos, estamos celebrando también el gozo de que una mujer, tomada de entre nosotros, se engalana para recibir el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El monte Carmelo es símbolo de María.
Se escogió esta fecha de la fiesta del 16 de julio, por ser el día en que la Virgen se apareció a San Simón Stock dándole el escapulario. San Simón Stock, comprendió que, sin la intervención de la Virgen, la Orden tendría vida corta. Recurrió a María, a la que llamó “Flor del Carmelo” y “Estrella del Mar” y puso la Orden bajo su amparo, suplicándole su protección para toda la comunidad. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: “Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno”.
Para el cristiano, el escapulario es una señal de su compromiso de vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima y el signo del amor y la protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, como lo hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, con el vestido de sus virtudes. El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos escogidos, consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón.
El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Por tanto, “No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia”.
La Virgen ha prometido sacar del purgatorio el primer sábado después de la muerte a la persona que muera con el escapulario. La Virgen prometió al Papa Juan XXII que aquellos que cumplieran los requisitos de esta devoción que “como Madre de Misericordia, con sus ruegos, oraciones, méritos y protección especial, les ayudaría para que, libres cuanto antes de sus penas, sean trasladadas sus almas a la bienaventuranza”. Las condiciones para gozar de este privilegio son llevar el escapulario con fidelidad, guardar la castidad de su estado, rezar el oficio de la Virgen o los cinco misterios del rosario…
Oración. “Madre del Carmelo: Tengo mil dificultades, ayúdame. De los enemigos del alma, sálvame. En mis desaciertos, ilumíname. En mis dudas y penas, confórtame. En mis enfermedades, fortaléceme. Cuando me desprecien, anímame. En las tentaciones, defiéndeme. En horas difíciles, consuélame. Con tu corazón maternal, ámame. Con tu inmenso poder, protégeme. Y en tus brazos de Madre, al expirar, recíbeme. Virgen del Carmen, ruega por nosotros. Amén.”