sábado, 6 de agosto de 2011

XIX Domingo ordinario/A Segunda lectura


XIX Domingo del Tiempo Ordinario/A
(Rom 9, 1-5)
Romanos En la Segunda Lectura (Rom 9, 1-5), San Pablo se lamenta con infinita tristeza y un dolor incesante que tortura su corazón de la actitud de mi raza y de mi sangre, los israelitas… descendientes de los Patriarcas; y de cuya raza, según la carne, nació Cristo.
¿Por qué se lamenta de esta manera tan dolorosa? Porque muchos de sus hermanos de raza, a quienes pertenecen la adopción, la gloria… y las promesas, no han querido acoger a Cristo y su mensaje. Por tanto, la tristeza y el dolor de san Pablo, es porque los de pueblo no están en camino de salvación, siendo que el pueblo judío es escogido el pueblo escogido por Dios para realizar su designio de salvación.
De hecho, Jesús es hijo de madre judía, nacido para ser el salvador de su pueblo y que realiza su misión anunciando a su pueblo la buena nueva y realizando una obra de curación y de liberación, que culmina en su Pasión y su resurrección. La adhesión a Jesús de un gran número de judíos, durante su vida pública y después de su resurrección, confirma esta perspectiva, igual que la elección por parte de Jesús de doce judíos llamados a participar en su misión y a continuar su obra.
Según el Nuevo Testamento, es Cristo quien trae la salvación de Dios, el mismo que, en expresión de San Pablo, es justicia de Dios (1 Cor 1, 30) para salvación de todo el que cree, sea judío o gentil (Rom 1, 16). Basta practicar el derecho, hacer justicia, reconocer a Dios y someterse a Él, entregarse a Él con todo el corazón, mediante la fe en Cristo Jesús y ser recibido en el bautismo.
Ahora bien, el dolor y la tristeza de Pablo porque su pueblo no ha aceptado la salvación en Jesús, también puede verse reflejado en nosotros, si no, preguntémonos ¿Cómo vivo mi identidad de cristiano?, ¿vivo de acuerdo a lo que creo?, ¿le estoy dando la importancia que tiene mi salvación?, qué decir de La contradicción del católico no practicante?, o del católico dominguero, o de ceremonia, o del católico que no se acerca a comer de las dos mesas: de la palabra y de la eucaristía’?, ¿esto no es la causa del dolor y de la tristeza que embarga el corazón de Pablo y de Jesús y de María…?
Pocas cosas hay más inconsistentes que el llamado “católico no practicante”. A veces uno escucha a alguien decirlo de sí mismo, incluso hasta con cierto dejo de orgullo… como si definiera su modo de ser católico con un calificativo normal, como si dijera un “católico mexicano”. Es decir, como si fuera una variedad normal de católico, una opción más… Como si se pudiera ser un “buen católico” no practicante.
Démonos cuenta de que, en realidad, es un término bastante negativo, que tiene poco de honroso para quien se lo auto-atribuye, ya que significa “un católico que no vive como católico”, “un católico que no es un buen católico”, “un católico que no parece católico”, “un católico que no vive lo que cree” o “que piensa que no vale la pena vivir lo que cree”, “cuya fe no es lo suficientemente grande como para vencer su pereza”, “un católico que piensa que su fe no es tan importante como para vivirla”; “que piensa que da igual vivir que no vivir su fe", etc.
Un católico que vive como si no lo fuera, que permanece siendo católico sólo en el campo teórico… va perdiendo también la fe… su adhesión a la doctrina católica… en primer lugar porque la va olvidando… Es cada vez menos católico. Se cumple lo de San Agustín: “el que no vive como piensa, termina pensando como vive” o el que no vive lo que cree, termina creyendo como vive. Su relación con Dios llegará a reducirse a compromisos sociales (bautismos, casamientos, primeras comuniones, confirmaciones, funerales…) y necesidades (salud, dinero, trabajo…) que sean tan imperiosas como para hacerle acordar que Dios existe y que uno debe dirigirse a Él.
Un problema serio de dejar de ir a Misa, es que significa el comienzo de una religiosidad centrada en uno mismo, en la que lo que Dios manda deja de ser la regla, para ser reemplazado por lo que yo siento, pienso, me cae bien, etc. Una religiosidad frente al espejo. Uno ha dejado de ponerse frente a Dios para ponerse frente a sí mismo. Como consecuencia de abandonar esta cita semanal con lo sagrado, comienza un proceso de insensibilización espiritual: la espiritualidad se va secando, el terreno del alma se va volviendo cada vez más árido para las cosas que Dios, que cada día mueven menos, aburren más, etc. Pecados que antes preocupaban… dejan de preocupar, cada vez son más los días que no reza nada… El alma se va volviendo indiferente, pierde sensibilidad espiritual. Y esto sucede poco a poco. Quien deja de ir a Misa, al principio puede tener la impresión de que no ha pasado nada, de que todo sigue igual… pero no es así. Ha dejado de ser teocéntrico, de vivir centrado en la Eucaristía semanal. Ha desplazado a Dios del centro y esto se paga… Es como el pecador a quien puede parecer que su pecado no tiene consecuencias… pero tarde o temprano descubre que de Dios nadie se burla. Qué sí tiene serias consecuencias dejar a Dios.
Por esto hoy san Pablo también nos abre su corazón y nos dice por nuestro modo de ser ante el mensaje, la persona y la salvación que nos ofrece Jesús: “tengo una infinita tristeza y un dolor incesante tortura mi corazón, porque no han querido acoger a Cristo, su mensaje y la salvación; siendo que Él es la fuente de nuestra vida, de nuestro amor, de nuestra felicidad temporal y eterna.