lunes, 22 de agosto de 2011

Vigésima primera Semana Reflexiones al evangelio de cada día


Vigésima primera Semana
Lunes
Mateo 23, 13-22
¡Ay de ustedes, guías ciegos! A los guías espirituales del pueblo elegido les reprocha Jesús su ceguera: “Son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo" (Mt 15,14). Los discípulos no están exentos de incurrir en la misma insensibilidad y hacerse merecedores del mismo juicio. A continuación del reproche a los escribas, Jesús, vuelto hacia Pedro lo amonesta: “¿También ustedes están todavía sin inteligencia?” (15,16). Los discípulos tienen que guardarse de la levadura de los escribas y fariseos, que es la incredulidad y la hipocresía, porque les es igualmente fácil incurrir en ellas. Por eso los ayes de Jesús, pueden tener también algo de advertencia disuasoria para sus propios discípulos: ¡Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas! (...) ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el Santuario que hace sagrado el oro? (...) ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? (...) ¡Guías ciegos que cuelan el mosquito y se tragan el camello!” (Mt 23,13-32; citamos los vv. 13.17.19.24).
En efecto, Los sacerdotes…, padres y madres de familia, profesores y profesoras…, cada cristiano, queremos ser Luz y sin embargo podemos ser tinieblas, y en vez de llevar a nuestros hermanos por el buen camino, los podemos llevar por el despeñadero, empujados por nuestra mala actitud y malos ejemplos, y así nos podemos transformar en ciegos, guiando a otros ciegos por caminos peligrosos, y esto porque nosotros, quizá, no somos capaces de ver cuál es el verdadero camino, que conduce a la santidad, al Reino de los Cielos.
Tratemos entonces de cumplir con la obligaciones de vida apostólica que el Señor nos ha encargado, hagámoslo con consecuencia, con coherencia, y como cristianos que estamos siendo llamados por Dios todos los días a ser luz del mundo, seamos luces verdadera, demos todo de sí, para dar testimonio y ejemplo, para que nuestros hermanos abran su corazón al amor de Dios.
Martes
Mateo 23, 23-26
Esto es lo que tenían que practicar, sin descuidar aquello. Es decir, dar el diezmo, pero sin descuidar lo que es la misericordia, la justicia y la fe. Nos sentimos todos aludidos por estas acusaciones que Jesús hace a los fariseos, Ellos son una posibilidad permanente de nuestro corazón. Es decir, en cada uno de nosotros puede haber un fariseo.
Todos somos fariseos cuando anulamos la Palabra de Dios detrás de las tradiciones, cuando nos limitamos al cumplimiento, a la legalidad, cuando reducimos la religión a una cuestión de prácticas piadosas, cuando pretendemos llegar a Dios pasando por encima del otro. Y lo primero en nuestro diario vivir es la misericordia, la justicia y la fe, como encuentro vivo y personal con Jesús resucitado.
No olvidemos que Dios es Padre de misericordia y de toda consolación, y que quiere que nuestra vida sea un reflejo de Él, por esto ante los legalismos, nos pide misericordia con el hermano. Jesús, al revelarnos la plenitud de la misericordia del Padre, también nos enseñó que a este Padre tan justo y misericordioso sólo se accede por la experiencia de la misericordia que debe caracterizar nuestras relaciones con el prójimo.

Miércoles San Bartolome, Apóstol
Juan 1, 45-51
Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Estas palabras de Natanael presentan un doble aspecto de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado.
Jesús es el verdadero rey de Israel, verdadero rey porque es hombre y Dios. Y la inscripción en la cruz realmente había anunciado al mundo esta realidad: ya está presente el verdadero rey de Israel, que es el rey del mundo; el rey de los judíos está colgado en la cruz. Es una proclamación de la realeza de Jesús, del cumplimiento de la espera mesiánica del Antiguo Testamento, que, en el fondo del corazón, es una expectativa de todos los hombres que esperan al verdadero rey, que da justicia, amor y fraternidad.
Jesús no sólo cumple la promesa davídica, la espera del verdadero rey de Israel y del mundo, sino que realiza también la promesa del verdadero Sacerdote. Por tanto, en Cristo están unidas las dos promesas: Cristo es el verdadero Rey, el Hijo de Dios, pero es también el verdadero Sacerdote.
Que en esta fiesta de Natanael sepamos responder como él, con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo y viviendo: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49), o como decimos en el credo: Creo en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Jueves
Mateo 24, 42-51
Estén preparados. Ante el acontecimiento de su venida última y ante la ignorancia sobre la hora o día, el Señor enseña que sólo cabe una actitud sensata: velar y estar preparados en todo momento. Y para insistir más aún en la necesidad de este estar preparados el Señor pone a sus discípulos otra comparación: «si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón estaría vigilando y no lo dejaría asaltar su casa». Del mismo modo, el saber que vendrá y la ignorancia del momento mueven a una persona sensata a mantenerse siempre vigilante.
Jesús, mientras somos peregrinos en este mundo, estemos en permanente conversión, con una fe viva y en permanente vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.
San Gregorio Magno nos dice que “El ladrón mina la casa sin saberlo el padre de familia, porque mientras el espíritu duerme sin tener cuidado de guardarla, viene la muerte repentina y penetra violentamente en la morada de nuestra carne, y mata al Señor de la casa, a quien halló durmiendo. Porque mientras el espíritu no prevé los daños futuros, la muerte, sin él saberlo, le arrastra al suplicio. Mas resistiría al ladrón, si velara, porque precaviendo la venida del Juez, que insensiblemente arrebata a las almas, le saldría al encuentro por medio del arrepentimiento, para no morir impenitente. Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla”.
Por su parte, santa Teresa de Jesús nos dice: Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin.
Viernes
Mateo 25, 1-13
Ya viene el esposo, salgan a su encuentro. El Señor nos vuelve a insistir en nuestra actitud ante la llegada de Jesús y su Reino. Como ayer, hoy también nos hace un llamado a nuestra responsabilidad personal frente a Dios que nos ama y viene a nuestro encuentro. El nos hace un insistente aviso a velar, a estar alerta.
Y nos relata el Señor que: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo.” El Esposo es Cristo; viene de improviso llamar a su banquete eterno a los creyentes, simbolizados en las diez jóvenes vírgenes que velan a la espera de introducidas en la boda. En esta parábola las relaciones entre Dios y el hombre se presentan, como sucede con frecuencia en el Antiguo Testamento— como relaciones nupciales.
Por cierto, nuestra vida es una espera desvelada del Esposo, y debe ser una vida que se ocupe en buenas obras, para este caso, en la parábola están representadas por el aceite que alimenta la lámpara de la fe. Las vírgenes prudentes están bien provistas de él, por lo tanto pueden resistir lo prolongado de la vigilia nocturna y encontrarse prontas para el recibimiento del esposo. En cambio, las vírgenes necias, que representan a los cristianos descuidados el cumplimiento de sus deberes, ven que sus lámparas se apagan sin remedio, llegan luego tarde y llaman inútilmente: “Señor, señor, ábrenos”.
Hagamos de nuestra vida una lámpara encendida que brille con la luz de la fe y permanezcamos en oración, sabedores de que el Señor es el supremo valor, y estemos en permanente deseo de Dios.

Sábado
Mateo 25, 14-30
Porque has sido fiel en cosas de poco valor, entra a tomar parte en la alegría de tu señor. El Evangelio, con la narración de la parábola de los talentos, mientras nos alienta al empleo generoso de todas nuestras energías, nos señala al mismo tiempo la meta final, que es la consecución y la consumación de la alegría perfecta: “Siervo bueno y fiel..., entra en el gozo de tu señor” (cf. Mt 25, 21-23).
Ante esta parábola nos podemos preguntar: ¿Cómo debemos vivir en la espera de la vuelta de Jesús? La respuesta nos la da Jesús: todo lo que somos y todo lo que tenemos debemos emplearlo y ponerlo al servicio del Señor y de nuestro prójimo, porque lo que somos y tenemos Dios nos ha dado no sólo para beneficio personal, sino para ponernos al servicio de los demás.
Por consiguiente, ante Dios, llevaremos sólo lo que hayamos dado y no lo que hayamos acumulado, porque lo que damos lo ponemos en el banco del amor. Por este motivo Jesús alaba a los dos hombres que supieron negociar con los talentos recibidos: es precisamente lo que hicieron los santos, con la lógica divina del amor y del don total de sí.
Por otro lado, vemos el trato severo reservado al que osó esconder el talento recibido: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí... Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos” (Mt 25, 26-28). A nosotros, que recibimos los dones de Dios para hacerlos fructificar, nos toca “sembrar” y “recoger”. Si no lo hacemos, se nos quitará incluso lo que tenemos.