viernes, 26 de agosto de 2011

XXII Domingo ordinario/A Sobre la seguda lectura


XXII Domingo del Tiempo Ordinario/A (Rom 12, 1-2)
Ofrézcanse ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto.Estas palabras de San Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios. En esta exhortación se ve la imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia.
En ese texto, el Concilio vincula la oración, que es la Eucaristía por excelencia, mediante la cual los cristianos dan gloria a Dios, con la ofrenda de sí mismos “como hostia viva, santa y grata a Dios” (cf. Rm 12, 1) y con el testimonio que es preciso dar de Cristo. Así el cristiano hace suyo el culto de Cristo que no es sólo un culto ritual (el culto del Templo), sino la ofrenda de sí mismo en un acto de obediencia con toda su existencia. El culto de Cristo en el cristiano no sólo se realiza, pues, con la celebración de la ofrenda de la eucaristía y con la recepción de los sacramentos, con la oración y acción de gracias, sino mediante el testimonio de una vida santa.
El verdadero culto a Dios no es sólo algo exterior, sino la propia vida; en este sentido la Misa aparece calificada como “nuestra Misa”: no es una ceremonia a la que se asiste, sino un encuentro en el que, quien participa, recibe el don que Cristo hace de sí mismo y queda comprometido a convertirse, él mismo, en un don para glorificar al Padre y servir a los hermanos.
Por tanto, todo lo que hay de auténticamente humano -pensamientos y afectos, palabras y obras- encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. El culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar cualquier aspecto de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios.
Y precisamente, el Domingo es el día en que el cristiano encuentra esa forma eucarística de su existencia y a la que está llamado a vivir constantemente. Y “Vivir según el domingo” quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente. Por tanto, la espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera. Por esto, san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos, que estamos meditando, nos invita a vivir el nuevo culto espiritual, cambiando el propio modo de vivir y pensar: “Y no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (12, 2).
Así, pues, es necesario dar a la Eucaristía toda su verdad en nosotros, en lo cotidiano de nuestras vidas (…). Poner toda la vida en la Misa, incluir la Misa en la vida, ha sido siempre (…) la verdad más práctica predicada por la Iglesia a los fieles en materia de participación eucarística. Siendo miembros de la asamblea litúrgica, nos ofrecemos con Cristo, completando el acto del sacerdocio espiritual interior en el de nuestro sacerdocio bautismal. Y acto seguido damos a nuestra vida, toda su realidad a nuestra Misa, manifestándonos en el testimonio alegre y convencido de nuestra vida cristiana, “… como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto.
Que por intercesión de la Virgen Madre, sepamos perseverar en la oración, alabando juntos a Dios, ofreciéndonos a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios.