lunes, 5 de septiembre de 2011

XXIII Semana I Reflexiones del evangelio de cada día


Vigésima Tercera semana

Lunes
Lucas 6, 6-11
"Estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado". Leemos episodios de indignación de Jesús. Así, cuando se presenta a Él, para que lo cure, un hombre con la mano seca, en día de sábado, Jesús, en primer lugar, hace a los presentes esta pregunta: "¿Es lícito en sábado hacer bien o mal, salvar una vida o matarla? y ellos callaban. Y dirigiéndoles una mirada airada, entristecido por la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. La extendió y le fue restituida la mano" (Mc 3, 5).
Con compasión, Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12, 5; Jn 7, 23). “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2, 28).
El sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la resurrección de Cristo. “El domingo ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto” (CIC can. 1246, § 1). “El domingo y las demás fiestas de precepto, los fieles tienen obligación de participar en la misa” (CIC can. 1247).
Así, la institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un “reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa” (GS 67, 3).

Martes
Lucas 6, 12-19
“Pasó la noche en oración y eligió a doce discípulos, a los que llamó apóstoles”. Vemos en el Evangelio de hoy el modo cómo Jesús ha realizado la elección de los Doce. “...Jesús se fue al monte a orar y se pasó la noche en la oración con Dios. Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos a los que llamó también apóstoles” (Lc 6, 12-13).
Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su Pasión al designio de amor del Padre (cf Lc 22, 41-44);Jesús ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce, como hemos escuchado hoy (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como “el Cristo de Dios” (Lc 9, 18-20) y para que la fe del príncipe de los apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.
El modelo perfecto de oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.
En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre.
Miércoles
Lucas 6, 20-26
Dichosos los pobres ¡Ay de ustedes, los ricos! «La vida y la palabra del Señor Jesús anuncian la plena confianza en Dios y denuncian la adhesión a las riquezas: “Es más difícil que un rico entre al Reino de los Cielos que un camello pase por la puerta pequeña de la ciudad”. El tener bienes terrenales implica un grave riesgo para la vida eterna. La afición a los bienes, la ambición de bienes, son pesada carga de la que es muy difícil librarse, salvo con la fuerza de Dios. No es que los bienes sean necesariamente malos, ciertamente no lo son, sino que aficionarse a ellos, depender de ellos, estar esclavizados a ellos ansiándolos y venerándolos como ídolos ése es el mal. “No se puede servir a Dios y a las riquezas”. El rico y el pobre Lázaro es un vívido relato donde el Señor enseña el auténtico drama sobre el que advierte en los “ayes” a quienes viven plenos de riquezas y están saciados.
La bienaventuranza nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje «instintivo» la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración (Card. Newman).
Y san Beda nos dice que “Si son bienaventurados aquellos que tienen hambre de obras justas, deben por el contrario considerarse como desgraciados aquellos que, satisfaciendo todos sus deseos, no padecen hambre del verdadero bien”.
Jueves: Natividad de la santísima Virgen María
Mateo 1, 18-23
Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. La liturgia nos recuerda hoy la Natividad de la santísima Virgen María. Esta fiesta nos lleva a admirar en María niña la aurora purísima de la Redención. Contemplamos a una niña como todas las demás y, al mismo tiempo, única, la “bendita entre las mujeres” (Lc 1, 42). María es la “esperanza de todo el mundo y aurora de la salvación”.
Además esta fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, nos hace meditar de nuevo sobre la vida de esta criatura singular, que Dios ha llamado a realizar un papel tan importante en la obra de la Redención. En efecto, por obra del Espíritu Santo fue concebido el Hijo de Dios para hacerse hombre: Hijo de María; Este fue el misterio del Espíritu Santo y de María. EL misterio de la Virgen, que a las palabras de la anunciación, contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que es esa "puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente...
Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación. Por esto, hoy e decimos a Aquella, que ha concebido por obra del Espíritu Santo: ¡Oh Virgen naciente, esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!
Viernes
Lucas 6, 39-42
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”. Esta pregunta que hace Jesús a sus oyentes, cabe muy bien a la consideración de todo Obispo y sacerdote, del padre y la madre de familia, del profesor y profesora… de todo aquel que tiene a su cuidado la educación y formación de los valores humanos y evangélicos, porque Jesús, nos advierte del peligro de guiar a los demás sin antes cuidar nuestra vida formación y educación en la fe y del cuidado interior. Bien pueden aplicarse aquella sentencia del Papa Paulo VI, en el mundo hace falta testigo más que maestros, pero si son testigos y maestros mejor.
Por consiguiente, el primer campo de acción en la misión que Dios nos ha encomendado es luchar personalmente por ser santo, por ver con claridad el camino, por quitar esos defectos que nos apartan de Dios.
Jesús no nos dice que no ayudemos a los demás, sino que primero empecemos por nuestra propia vida. De ahí que el primer campo de apostolado sea uno mismo. El apóstol debe trabajar incansablemente por su propia conversión, debe colaborar activamente con la gracia para vivir la reconciliación; formándose sólidamente en la fe, alimentándose en la Eucaristía, renovándose en el sacramento de la reconciliación, cimentándose en la oración asidua. El apostolado que no nace de un corazón cada vez más reconciliado es estéril, se convierte en una mera proyección de la propia ruptura interior.
Sobre este tema san Agustín nos dice: “Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquella falta que vamos a reprender; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aun que ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección” (San Agustín).

Sábado
Lucas 6, 43-49
“¿Por qué me dicen “Señor, Señor”, y no hacen lo que yo les digo?” La oración de fe no consiste solamente en decir «Señor, Señor», sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7,21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino.
“No todo el que dice ‘Señor, Señor’ se salvará”. Es una sentencia clara que invita a la coherencia entre lo que se cree y la vida. Buenas intenciones tenemos todos; al menos casi siempre. Lo importante es llevar esos buenos propósitos a la práctica.
El asunto es bastante claro. No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de Dios (ver Mt 7, 21). No todo consiste en ser bautizado y llamarse o “mal llamarse” cristiano, sino en serlo efectivamente. Es decir en abrirse al dinamismo del Bautismo, que cada uno ha recibido, para que con nuestra cooperación nos vaya transformando cada vez más según la profunda identidad de Jesús en cuya vida hemos sido sumergidos para nacer a la nueva vida.
San Jerónimo enseña: “Una y otra cosa es necesaria a los que sirven al Señor: que las obras se prueben con las palabras y las palabras con las obras”.
Y San Hilario: “El camino del Reino de los Cielos es la obediencia al designio de Dios, no el repetir su nombre”.