sábado, 19 de noviembre de 2011

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo


NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (1Cor 15, 20-26.28)
Cristo le entregará el reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas
Hoy es el último domingo del Año Litúrgico, el cual finaliza celebrando a Cristo como Rey del Universo. Las Lecturas nos invitan a reflexionar sobre el establecimiento del Reinado de Cristo en el mundo.
La segunda lectura (1 Cor. 15, 20-28), en la que nos vamos a fijarnos, nos habla del momento del establecimiento del Reino de Cristo. Nos habla de que su resurrección es primicia de la nuestra. Nos habla, también, de que en el momento de su venida, Cristo aniquilará todos los poderes del Mal, someterá a todos bajo sus pies, para luego entregar su Reino al Padre. Y así Dios será todo en todas las cosas. Tres puntos:
1º.) El momento del establecimiento del Reino de Cristo. El Reino de Dios se inicia en este mundo y tendrá su plenitud cuando Cristo venga al final de los tiempos. En efecto, el Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por Cristo. “Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo” (LG 5).
El misterio de la realeza de Cristo se establece en el corazón del hombre, en las familias, sin ruido, con la fuerza de la gracia y la constancia de la misericordia, crece día tras día en el corazón de los creyentes, librándolos del egoísmo y del pecado y abriéndolos a la obediencia de la fe, así como a la entrega generosa de sí mismos en la caridad.
El reino de Cristo es, por consiguiente, el reino de la consolación y la paz, que libera al hombre de todas sus angustias y temores, y lo introduce en la comunión con el Padre celeste. Se trata de un reino que comienza ya aquí, en la tierra, pero que tendrá su cumplimiento pleno en el cielo, cuando Cristo le entregue el reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas.
2º.) La resurrección de Jesús es primicia de la nuestra. San Pablo pone de relieve la vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra, sobre todo en su Primera Carta a los Corintios; pues escribe: “Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron... Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1 Co 15, 20-22). “En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘La muerte ha sido devorada en la victoria’” (1 Co 15, 53-54). “Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 15, 57).
3º.) En el momento de su venida, Cristo aniquilará todos los poderes del Mal, someterá a todos bajo sus pies, para luego entregar su Reino al Padre. La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre “el príncipe de este mundo” (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus (“Dios reinó desde el madero de la Cruz”, [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]) (CIgC 550).
Con Cristo, vencedor sobre las potestades adversarias, también nosotros participaremos en la nueva creación, la cual consistirá en una vuelta definitiva de todo a Aquel del que todo procede. “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28).
Por tanto, debemos estar convencidos de que “somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo” (Flp 3, 20). Aquí abajo no tenemos una ciudad permanente (cf. Hb 13, 14). Al ser peregrinos, en busca de una morada definitiva, debemos aspirar, como nuestros padres en la fe, a una patria mejor, “es decir, a la celestial” (Hb 11, 16).
El Papa Pío XI al establecer esta Fiesta quería que el Reinado de Cristo -comenzando por cada uno de nosotros los Católicos- se extendiera de cada individuo a cada familia, de cada familia a la sociedad, de la sociedad a las naciones, de las naciones al mundo entero. Esa es nuestra obligación como súbditos de Cristo, Rey del Universo. Que María, Madre del Redentor haga que tu Hijo, Rey del universo y de la historia, reine en nuestra vida, en nuestras comunidades y en el mundo entero.