sábado, 19 de enero de 2013

TIEMPO ORDINARIO SEGUNDO DOMINGO ciclo c


TIEMPO ORDINARIO

SEGUNDO DOMINGO

El primer signo de Jesús en Caná de Galilea

El episodio relatado en el pasaje del evangelio de este Domingo se sitúa al inicio de la actividad pública del Señor. Se inicia así el llamado “tiempo ordinario”, en el que Domingo a Domingo se va avanzando ordenadamente (de allí el término “ordinario”) en la lectura del Evangelio con el fin de proponer a la meditación de los fieles las enseñanzas y obras del Señor Jesús desde el inicio hasta el final de su vida pública. Aunque este año se leerá el Evangelio según San Lucas, el pasaje de este Domingo esta tomado del Evangelio de San Juan, único que narra el episodio de las bodas de Caná.

“Hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados” (Jn 2, 1-2). Allí Cristo cambió el agua en vino y, con esta admirable transformación, sorprendió en cierto modo a los responsables del banquete de bodas y a los esposos mismos, como lo describe san Juan: “Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn 2, 11).

Por intercesión de María, Jesús obró su primer “signo”, como llama San Juan a los milagros obrados por el Señor. El Evangelio nos dice que los sirvientes obedecieron al punto a las palabras de la Madre de Jesús. Sabemos también que cuando, según el mandato de Jesús, llenaron de agua las tinajas y ofrecieron aquella agua al mayordomo, la bebida se había convertido en vino.

“María aparece en Caná en su dimensión de Madre espiritual. Ella se muestra como la auxiliadora, la intercesora, como quien está siempre atenta a las necesidades materiales y espirituales de sus hijos. Con San Bernardo uno se siente impulsado a decirle: “Señora nuestra, Mediadora nuestra, Abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo, encomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo”. La Virgen oyente que se manifiesta magnificente en su captación plena del Hijo, se muestra también como la Virgen orante, la Virgen intercesora. La Virgen se deja ver también como educadora de nuestra fe que sigue repitiéndonos hoy: Hagan lo que Él les diga. Ella, que con prontitud respondió al Mensajero de Dios: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), desde su propia vida, desde ese ¡Hágase!, ese ¡Sí! generoso y siempre renovado, nos señala el camino. Acojamos, pues, la lección del sabio que nos dice: “No desprecies la lección de tu madre” (Prov. 1,8).

Santa María, que percibe la falta de vino en una boda en Caná, ve también lo que nos hace falta en nuestras vidas, sabe de las virtudes que necesitamos para asemejarnos cada vez más a su Hijo, el Señor Jesús: más fe, más caridad, más esperanza, más paciencia, más alegría, más pureza, más humildad. Ayer como hoy, Ella intercede también ante su Hijo para que transforme el agua de nuestra insuficiencia o mediocridad en el “vino nuevo” de una vida santa, plena de caridad, rebosante de alegría.

Al aspirar a conformarnos con el Señor Jesús, el Hijo de Santa María, hemos de tener muy presente que sólo Él puede ayudarnos a cambiar nuestros vicios por virtudes. Así como Jesús transformó el agua en vino, Él puede también transformar nuestros corazones endurecidos por nuestros pecados y opciones contra Dios en corazones “de carne”, capaces de amar como Él nos ha amado (ver Ez 36,26-27).

Para que se dé esta transformación interior en nuestras vidas Santa María intercede incesantemente por cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, ante el Señor, al tiempo que nos urge a nosotros: «¡hagan lo que Él les diga!» (Jn 2,5). Si bien el Señor realiza el milagro de la transformación del agua en vino gracias a la intercesión de su Madre, lo hace también en la medida en que los siervos cooperan haciendo lo que Él les indica, obedeciendo a su palabra. Del mismo modo, el Señor obrará nuestra conversión y santificación sólo en la medida en que prestemos nuestra decidida cooperación desde el recto ejercicio de nuestra propia libertad. Si cooperamos con el Señor cada día, obedeciéndole, procurando poner por obra lo que Él nos dice, Él realizará en nosotros por el don de su Espíritu el milagro de nuestra progresiva santificación, hasta que podamos también nosotros afirmar como el Apóstol Pablo: “vivo yo, más no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Que María… acompañe nuestro camino, fortalezca nuestra fe, impulse nuestra esperanza y nos anime a vivir en santa obediencia a su Hijo.