viernes, 25 de septiembre de 2015

Homilía Domingo XXVI del Tiempo Ordinario/B

Homilía Domingo XXVI del Tiempo Ordinario/B
Cuidemos en nuestra vida la intolerancia, los celos y la intransigencia, pues no son evangélicos. Nadie tiene el monopolio del Espíritu, pues Él sopla donde quiere y cuando quiere. No es propio del Cristianismo el ser intolerante, tajante y radical. Basta ver a Jesús manso y humilde de corazón que tuvo paciencia con los apóstoles, que predicaba el Reino con respeto, exigía desde los valores de la justicia, verdad y solidaridad, y valoraba las cosas positivas de los maestros de la ley y fariseos.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Domingo XXV del Tiempo Ordinario/B

Domingo XXV del Tiempo Ordinario/B
Los niños son en sí mismos un riqueza para la humanidad y para la Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: la de no considerarse autosuficientes, sino necesitados de ayuda, de amor, de perdón. Y todos estamos necesitados de ayuda, amor y perdón. Todos. Los niños nos también que siempre somos hijos: también si uno se convierte en adulto, o anciano, también si se convierte en padre, permanece la identidad de hijo.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario/B

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario/B
Hoy Cristo se dirige a nosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Podemos responderle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario/B

Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario/B
 ¡Effetá!”, es decir: “¡Ábrete!. En aquel instante, relata el evangelista, al hombre le fue restituido el oído, se le desató la lengua y hablaba correctamente. Los gestos de Jesús están llenos de atención amorosa y expresan profunda compasión por el hombre que está ante él: le manifiesta su interés concreto, lo saca de la confusión de la multitud, le hace sentir su cercanía y comprensión mediante algunos gestos llenos de significado. Le pone los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. Le invita después a dirigir con Él la mirada interior, la del corazón, hacia el Padre celeste. Finalmente, lo cura y lo devuelve a su familia, a su gente. Y la multitud, asombrada, no puede sino exclamar: “¡Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos!” (Mc 7,37).