sábado, 19 de julio de 2008

Palabra y Eucaristía, el camino para encontrar al Camino

Domingo Tercero


La narración del Evangelio parte de de Jerusalén a Emaús (vv.13-32) y de Emaús a Jerusalén (vv. 33-35). Para san Lucas, Jerusalén es el lugar donde están los once y los demás. Jerusalén es el grupo creyente. Los dos de Emaús han abandonado el grupo y retornan a él.

Jesús caminaba junto a dos hombres que sólo iban a Emaús. Estos andaban un camino muy corto; aquél, resucitado, acababa de comenzar con su vida y con su entrega a la muerte un camino mucho más largo y ambicioso, el camino del hombre, de todo hombre hacia el Reino de Dios. En efecto, en los dos de Emaús estamos representados todos los cristianos.

El mensaje que nos quiere dar este relato es que reconozcamos a Jesús resucitado en nuestra vida, pero sobre todo en la eucaristía: al escuchar la Palabra del resucitado y al partir el Pan; que, al mismo tiempo, implica la misión de anunciarlo a los demás. Esta enseñanza tiene lugar, en n día como hoy, “el primer día de la semana”, Día del Señor, es un día destinado a que los ojos se nos abran después de participar en la escuela de la Palabra y en la fracción del pan: comiendo el pan de la Palabra y el Cuerpo y la Sangre del Resucitado.

Por tanto, las vías de acceso para encontrar de forma viva y personal a Jesús son a) la Palabra. “Les explicó las Escrituras... ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?”, b) la Eucaristía: “Se les abrieron los ojos y lo reconocieron... y contaron cómo le habían reconocido al partir el pan”, c) la comunidad: “Y se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que les dijeron: es verdad, ha resucitado el Señor”.

Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las Escrituras: es la Misa…; en ella, Jesús se nos hace presente y se nos ofrece como alimento. Finalmente nos levantamos y volvemos al lugar de donde hemos venido, nos disponemos a rehacer el camino, a vivirlo con nueva ilusión, a anunciar a los demás la alegría de haber visto al Señor.

Qué importante es que participemos en plenitud de la Misa para salir con el corazón enardecido, reanimados para vivir la experiencia del encuentro con Jesús durante la semana y hacerla vida propia. Pero esto, a condición que nos encontremos con Cristo en la fracción del pan, alimentados con la Eucaristía…

Por tanto, intentemos seriamente, sacerdotes y laicos, vivir el encuentro semanal con Cristo como algo trascendente para nuestra vida cristiana, como el momento más importante del día, ese momento que deje en cada uno de nosotros, la misma impresión indeleble, que el encuentro con Cristo, dejó en los discípulos de Emaús.

No nos dejemos atrapar por la indiferencia y el pesimismo. Renovemos semanalmente el impulso que nos hace seguir a Jesucristo. Que salgamos con el deseo de contarle a los que no han venido la gran nueva que los de Emaús dieron a los discípulos de Jerusalén: es cierto que Jesucristo ha resucitado. Con esta conciencia de la presencia de Jesús entre nosotros podremos superar el pesimismo y el desaliento, y decirle con el corazón al Divino Caminante:

Porque anochece ya, porque es tarde, Dios mío, porque temo perder las huellas del camino, no me dejes tan solo y quédate conmigo. Porque he sido rebelde y he buscado el peligro y escudriñé curioso las cumbres y el abismo, perdóname, Señor, y quédate conmigo. Porque ardo en sed de ti y en hambre de tu trigo, ven, siéntate a mi mesa, bendice el pan y el vino. ¡Qué aprisa cae la tarde! ¡Quédate al fin conmigo! Amén.

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