miércoles, 19 de octubre de 2011

XXX Domingo O/A Homilía sobre la segunda lectura


XXX Domingo del Tiempo Ordinario/A (Rom 10, 9-18)
Hay dos hechos muy relevantes en la vida y misión de la Iglesia:
1º.) La celebración del día mundial de las misiones, que nos recuerda, que la Iglesia existe para “evangelizar, es su dicha y su vocación propia, su identidad más profunda Cfr. EN 14). E mandato misionero sigue siendo una prioridad absoluta para todos los bautizados, llamados a ser “siervos y apóstoles de Cristo Jesús”. Ser cristiano es ser misionero. No se es cristiano si no se es misionero. El anuncio es un deber de la Iglesia y del cristiano. El anuncio respetuoso y pacífico no es proselitismo.
2º.) El lunes pasado Benedicto XVI instituyó el Año de la fe con la Carta Apostólica Porta Fide en forma de Motu proprio que va del el 11 de octubre de 2012 (50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II) y acabará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo, Rey del Universo. El Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”.
Estos dos hechos: evangelizar para suscitar la fe o despertarla o hacerla crecer, y el año de la fe son iluminados por la Palabra de Dios de este Domingo. El tema que propongo hoy, en el contexto de estas celebraciones, es la afirmación de san Pablo en la segunda Lectura: “La fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo”. Esta ley enunciada un día por San Pablo conserva hoy todo su vigor.
“El tedio que provocan hoy tantos discursos vacíos, y la actualidad de muchas otras formas de comunicación, no deben sin embargo disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer prender la confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios (70). Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: “la fe viene de la audición”, es decir, es la Palabra oída la que invita a creer” (EN 42).
En efecto, “Cristo llevó a cabo esta proclamación del reino de Dios, mediante la predicación infatigable de una palabra, de la que se dirá que no admite parangón con ninguna otra: ‘¿Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad’ (Mc 1, 27); ‘Todos le aprobaron, maravillados de las palabras llenas de gracia, que salían de su boca...’ (Lc 4, 22); ‘Jamás hombre alguno habló como éste’ (Jn 7, 46). Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino” (EN 11).
Así, todo discípulo de Jesús, por el hecho de ser seguir del Maestro, está llamado a suscitar la fe por la predicación, a través de su vida íntima con Jesús: en la vida de oración, en la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida; de tal modo que cada creyente, se convierte en testimonio, provocando la admiración y la conversión de los que viven en su entorno; y así, cada uno se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva. Es así como la Iglesia recibe la misión de evangelizar y como la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto (Cfr. EN 15, 4).
Benedicto XVI en la Carta Apostólica Porta Fide con la que ha instituido el Año de la fe, en el n. 6, dice que la renovación de la Iglesia pasa “a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó”.
Continúa el Papa diciendo el no. 7 que “…hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo» (De utilitate credendi, 1, 2).
La fe sólo crece y se fortalece creyendo y compartiendo lo que se cree. Así el testimonio de vida de los creyentes será cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum), y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio. (Cf. Ibidem 9).

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